Un cuento que circula por internet empieza así. Un niño pregunta: “Abuela, cuando tú naciste había teléfonos móviles”.
-Nada de eso.
-¿Y existía internet?
-Ni mucho menos.
-¿Y ordenador.
-No.
-Y televisión.
-Cuando yo nací, no.
-¿Había DVDs?
-Ni soñarlo.
-¿Videojuegos?
-Jugábamos con otras cosas.
-¿Y había autopistas?
-Tampoco.
-¿Y casas con aire acondicionado?
-No, eso no.
Uno pensaría que este niño está hablando con su abuela de 100 años pero en realidad es una abuela joven pues no llega a los 60 años. En 1953 no había nada de eso en España.
Lo más sorprendente, es que la mayoría de los aparatos que nos rodean tienen menos de 30 años. El móvil, el DVD, el portátil, el reproductor de CD, el microondas, la vitrocerámica, y hasta el aire acondicionado, pues en los ochenta, el 90% de las casas de este país no tenían aire acondicionado.
De modo que un niño podría preguntarle a un joven de 30 años si cuando había nacido existían esas cosas, y éste respondería que no. No existía ni internet.
La velocidad con que la tecnología populariza los inventos nos da la impresión de que estamos subidos en una máquina del tiempo que recorre épocas distantes en lapsos cortos.
Si uno proyecta esas apariciones tecnológicas en los próximos 20 años, las cosas que nos sorprenden hoy se quedarán ancianas. Por ejemplo, el iPad.
Hace un año se presentó el primer iPad. En el último trimestre de 2010 se vendieron 7 millones de unidades. Hoy se presenta el iPad2 y la expectación es mundial. Un analista de UBS afirma que se venderán 28 millones de iPads este año en el mundo.
Hace poco más de un año nadie hablaba en la calle de las tabletas, de cualquiera, pero en la pasada feria de móviles de Barcelona fue el producto con más atracción popular. Hace dos años, nadie hablaba de los lectores electrónicos, los e readers, y hoy hay tantos modelos que uno no sabe cuál escoger.
Nadie hablaba de los e books, y ayer se conoció la noticia de que la Comisión Europea vigila a las editoriales por pactar precios de e books.
Muchos daríamos lo que fuera por subirnos a la máquina del tiempo para ver qué estaremos manejando en dos años, cinco años, diez años. Pero por mucho que lo intentemos, es casi imposible lograrlo pues cuando tengamos en la mano ese producto en 2016, diremos: “Jamás imaginaría que este dispositivo llegaría a triunfar”.
Hoy, escribir un libro de ciencia ficción es arriesgarse a hacer el ridículo en cinco años porque la realidad puede superar a la ficción en menos de un lustro.