Durante los setenta y cinco primeros años del siglo XIX, fueron muchos los que intentaron usar la electricidad para producir luz, pero la solución, fiable y útil, no era tan sencilla de encontrar. Entonces, cuando Thomas Alva Edison tenía tan solo treinta y un años, hizo público que iba a dedicar sus esfuerzos al tema.
La noticia corrió como la pólvora y los malos rumores por el mundo y, tan solo la intención de Edison, ya cambió todo. Era tal la fe que tenía la gente en la capacidad del inventor que las acciones de la empresas de gas de alumbrado sufrieron una severa caída en el mercado de valores neoyorkino y londinense.
El prestigio de Edison provenía de algunos de sus trabajos anteriores, unos más útiles que otros y otros más atractivos que unos. Poco antes de hacer el comunicado relativo a la electricidad y la luz había hecho hablar a una máquina, lo que lo había subido a un altar para la mayoría de las personas.
Todos pensaban que podía inventar casi cualquier cosa. Y, como sabrán, de los más de mil inventos suyos, individualmente o con colaboración, uno de ellos fue la lámpara incandescente. En realidad él perfeccionó trabajos anteriores, pero el 21 de octubre de 1879 consiguió que una bombilla luciera durante 48 horas.
Fuente: Momentos estelares de la ciencia, de Isaac Asimov